Visión tardía de Carlos Marx

Yo que nunca icé el rojo en mis tendones
ni luché por libertad de palitroques,
camino hoy por el hombre, y descubro en sus paredes
como grietas
en que el frío y la luz se enredan
el retrato vivo de un padre ajeno.
Veo su mano diestra que fue cuna de los vientos de un siglo,
su izquierda que fue sueño de las tormentas de polvo,
y su barba que tuvo niños, y campos, escuelas y dolor.
Lo veo con bastón, con metralla, con palomas,
me agacho para correr por mi bandera
y tropiezo con su pierna escrita. Sonríe
y tiemblo en el hierro de sus dientes.
Respira, y exhala
gastadas semillas de naciones
que se pegan en mi cara, me nublan la vista.
Sacudo mi cabeza y ahora hay ríos
de sangre, de tinta, de ciruelas,
en que navegan torpes sus hijos, y un monte
que me habla de la razón.
Y yo, que nunca fui una lágrima en la arena,
oigo el eco de la fragua en los caminos
y contemplo de lejos la talla de un hombre
que cruzó espadas con Dios.
 


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