Hobsbawn, Sección II del capítulo "The Social Revolution 1945-1990", en The Age of Extremes

 

Casi tan dramático como la declinación del campesinado, y mucho más universal, fue el ascenso de las ocupaciones que requerían educación secundaria y superior [y por lo mismo] la demanda por plazas en la educación secundaria y especialmente en la superior se multiplicó con una tasa extraordinaria. Y así lo hicieron las cantidades de gente que la habían recibido o la estaban recibiendo.

La explosión de estas cifras fue particularmente dramática en la educación universitaria, hasta entonces tan inusual que resultaba demográficamente despreciable, excepto en U.S.A. Antes de la Segunda Guerra Mundial incluso Alemania, Francia y Gran Bretaña, tres de los mayores, más desarrollados y mejor educados países, con una población total de 150 millones, no tenían más que 150.000 estudiantes universitarios, o un 0.1 por ciento. Pero a fines de los 80's los estudiantes se contaban por millones en Francia, Alemania, Italia, España y la Unión Soviética (por mencionar sólo países europeos), sin contar Brasil, India, México, Filipinas, y, por supuesto, U.S.A., que había sido pionera en la educación superior masiva. Incluso los países académicamente más conservadores -Gran Bretaña y Suiza- habían aumentado hasta el 1.5%. Más aún, algunos de los cuerpos estudiantiles más grandes (en términos relativos) podían hallarse en países no desarrollados. Ecuador (3.2%), Filipinas (2.7%), o Perú (2%).

Todo esto no fue solamente nuevo, sino además bastante repentino. "Lo más notable en el estudio de los universitarios de Latinoamérica a mediados de los 60's es que eran tan pocos", escribieron estudiosos norteamericanos en aquel tiempo, convencidos de que esto reflejaba el modelo europeo básicamente elitista de educación superior hacia el sur del Río Grande. Y eso a pesar del hecho de que las cantidades habían estado aumentando en alrededor de un 8% anual. En realidad, recién en los 60's llegó a ser innegable que los estudiantes se habían convertido, social y políticamente, en una fuerza mucho más importante que antes, cuando en 1968 el levantamiento mundial del radicalismo estudiantil habló más claro que las estadísticas. Pero éstas también se volvieron imposibles de ignorar. Entre 1960 y 1980, para tomar el ejemplo de la bien educada Europa, el número de estudiantesse triplicó o cuadruplicó en el país típico, exceptuando aquellos donde se multiplicó por cuatro o cinco, como en Alemania Federal, Irlanda y Grecia; por cinco a siete, como Finlandia, Islandia, Suecia e Italia; o por siete a nueve, como España y Noruega. A primera vista puede parecer curioso que, a grosso modo, esta afluencia hacia las universidades haya sido menos marcada en los países socialistas, a pesar de su orgullo por la educación masiva; en todo caso, el caso de la China de Mao es aberrante. El Gran Camarada abolió virtualmente la educación superior durante la Revolución Cultural (1966-76). Cuando los problemas en los sistemas socialistas aumentaron en los 70's y 80's, quedaron aún más atrás respecto a Occidente. Hungría y Checoslovaquia tenían un porcentaje de su población en educación superior menos al de prácticamente todos los demás estados europeos.

¿Es esto curioso a segunda vista? Quizás no. El extraordinario crecimiento de la educación superior, que a principios de los 80's produjo al menos siete países con más de 100.000 profesores en el ámbito universitario, se debió a presión de los consumidores, a la cual los sistemas socialistas no respondían. Era obvio para los planificadores y los gobiernos que la economía moderna requería muchos más administradores, profesores y expertos técnicos que en el pasado, que tenían que haber sido entrenados en alguna parte -y las universidades y otras instituciones similares de educación superior habían funcionado largamente, por antigua tradición, como escuelas de entrenamiento para el servicio público y los profesionales especializados. Pero mientras esto, así como una tendencia democrática general, justificaba una expansión substancial de la educación superior, la escala de la explosión estudiantil excedió con mucho lo que la planificación racional pudo haber previsto.

De hecho, dondequiera que las familias tenían los medios y la ocasión, se apresuraban a enviar sus hijos a la educación superior, pues era lejos la mejor forma de que ganaran un mejor ingreso, y, por sobre todo, un mayor status social. De los estudiantes latinoamericanos entrevistados por investigadores estadounidenses a mediados de los 60's en varios países, entre el 79 y el 95 por ciento estaba convencido de que el estudio lo pondría en una clase social más elevada dentro de los próximos diez años. Sólo entre el 21 y el 38 por ciento sentían que les daría un status económico más alto que el de sus familias. En la práctica, por supuesto, les iba a dar casi con seguridad un ingreso superior al de los no graduados, y, en países con poca educación, donde los certificados de graduación garantizaban un lugar en la maquinaria estatal, y por lo tanto en el poder, la influencia y la extorsión financiera, podían ser la clave para verdadera riqueza. La mayoría de los estudiantes, naturalmente, venían de familias que estaban mejor que la mayoría -¿cómo si no iban a permitirse pagar varios años de estudio de jóvenes en edad de trabajar?-, pero no necesariamente ricas. Con frecuencia los padres hacían verdaderos sacrificios. Se dice que el milagro educacional coreano descansó sobre los huesos de vacas vendidas por los pobres granjeros para poner a sus hijos en las honradas y privilegiadas filas de los eruditos (en ocho años -1975-83- los estudiantes coreanos pasaron de ser un 0.8 a un 3 por ciento de la población). Nadie que haya tenido la experiencia de ser el primero de su familia en ir a la universidad tendrá dificultad en entender las motivaciones que tenían. El gran boom mundial hizo posible para innumerables familias modestas -funcionarios, pequeños comerciantes, campesinos, y en Occidente incluso obreros calificados- el pago de una educación de tiempo completo para sus hijos. El estado de bienestar occidental, empezando por los subsidios para estudiantes que retornaban de la guerra en U.S.A. en 1945, proveyó ayuda estudiantil substancial en una forma u otra, aunque aún así la mayoría de los estudiantes vivía sin lujos. En países democráticos e igualitarios, algo así como un derecho de los graduados de las escuelas secundarias a aspirar a mejores cosas se solía aceptar, al punto de que en 1991, en Francia, la admisión selectiva a una universidad estatal seguía siendo considerada inconstitucional. (Ningún derecho similar existía en los países socialistas). Mientras los jóvenes hombres y mujeres aumentaban en la educación superior, los gobiernos -pues, fuera de U.S.A., Japón y unos pocos otros países, las universidades eran usualmente públicas- multiplicaron nuevos establecimientos para recibirlos, especialmente en los 70's, cuando el número de universidades del mundo aumentó a más del doble (también en esto el mundo socialista estuvo bajo menor presión). Y, por supuesto, las colonias recientemente independizadas que se multiplicaron en los 60's insistieron en sus propias instituciones de educación como símbolo de independencia, de la misma forma en que insistían en una bandera, una aerolínea o un ejército.

Estas masas de hombres y mujeres jóvenes y sus profesores, que se contaban en millones o al menos en cientos de miles en todos los países, salvo unos pocos excepcionalmente pequeños o atrasados, y que se concentraron crecientemente en campus aislados o "ciudades universitarias", eran un nuevo factor cultural y político. Eran transnacionales, moviéndose y comunicando ideas y experiencias a través de las fronteras con facilidad y rapidez, y probablemente se llevaban mejor con la tecnología de las comunicaciones que los gobiernos. Como los 60's revelaron, no sólo eran políticamente radicales y explosivas, sino que tenían una efectividad única para dar expresión nacional, e incluso internacional, al descontento político y social. En países dictatoriales con frecuencia proveían los únicos cuerpos de ciudadanos capaces de acción política colectiva, y es significativo el hecho de que, mientras otras poblaciones estudiantiles latinoamericanas crecían, la del Chile del dictador militar Pinochet se hiciera caer después de 1973: de un 1.5 a un 1.1 por ciento de la población. Y si hubo algún momento en los años dorados después de 1945 que correspondió al levantamiento mundial simultáneo soñado por los revolucionarios desde 1917, fue con seguridad 1968, cuando los estudiantes se rebelaron desde U.S.A. y México en Occidente hasta las socialistas Polonia, Checoslovaquia y Yugoslavia, grandemente estimulados por la extraordinaria irrupción de Mayo de 1968 en París, epicentro de una rebelión estudiantil continental. Estuvo lejos de ser una revolución, pese a que fue mucho más que un "psicodrama" o "teatro callejero", como lo descalificaron observadores no simpatizantes como Raymod Aron. Después de todo, 1968 terminó con la era del General de Gaulle en France, con la era de los presidentes demócratas en U.S.A., con las esperanzas del comunismo liberal en Europa central y (a través de los callados efectos posteriores de la masacre de Tlatelolco) marcó el comienzo de una nueva era en la política mexicana.

La razón por la que 1968 (y su prolongación en 1969 y 1970) no fue la revolución, y nunca pareció que pudiese serlo, fue que los estudiantes por sí mismos, por muy numerosos y movilizados que fuesen, no podían hacer una por solos. Su efectividad política descansaba en su habilidad para actuar como señales o detonantes de grupos mayores pero menos combustibles. A partir de los 60's los estudiantes han tenido a veces éxito en hacerlo. Desataron enormes olas de huelgas de la clase trabajadora en Francia y en Italia en 1968-69, pero, después de veinte años de una mejora sin paralelos para los asalariados de esas economías, la revolución era lo último que las masas proletarias tenían en mente. No fue hasta los 80's -y entonces en países no democráticos tan diferentes como China, Corea del Sur y Checoslovaquia-, que rebeliones estudiantiles parecieron darse cuenta de su potencial para detonar la revolución, o al menos para forzar a los gobiernos a tratarlas como un problema p úblico serio al masacrarlas a gran escala, como en la Plaza Tiananmen, en Pekín. Después del fracaso de los grandes sueños de 1968, algunos estudiantes radicales intentaron de hecho hacer la revolución por su cuenta mediante el terrorismo de grupos pequeños, pero, a pesar de que estos grupos recibieron gran publicidad (obteniendo así al menos uno de sus principales objetivos), rara vez tuvieron un impacto político serio. Allí donde amenazaban con tenerlo fueron suprimidos notablemente rápido una vez que las autoridades se decidieron a actuar: en los 70's con incomparable brutalidad y tortura sistemática en las "guerras sucias" de América Latina, con sobornos y negociaciones solapadas en Italia. Los únicos sobrevivientes significativos de estas iniciativas en la última década del siglo eran la nacionalista y terrorista ETA vasca y la guerrilla comunista supuestamente campesina de Sendero Luminoso en Perú, un regalo no deseado de los profesores y estudiantes de la Universidad de Ayacucho a sus compatriotas.

Sin embargo, esto nos deja con una pregunta un poco difícil: ¿por qué el movimiento de este nuevo grupo social de estudiantes, de manera única entre los viejos o nuevos actores sociales de la edad dorada, optó por un radicalismo de izquierda? Pues (si dejamos de lado a los rebeldes bajo regímenes comunistas) incluso los movimientos estudiantiles nacionalistas tendían a poner la marca roja de Marx, Lenin o Mao en alguna parte de sus estandartes hasta los 80's.

En alguna medida esto inevitablemente nos lleva más allá de la estratificación social, pues el nuevo cuerpo estudiantil era, por definición, también un grupo de edad, i.e. una estadía temporal en el paso humano por la vida, y además contenía una creciente y desproporcionadamente grande componente femenina, suspendida entre la no-permanencia de su edad y la permanencia de su sexo. Más adelante consideraremos el desarrollo de nuevas culturas juveniles especiales, que unían a estudiantes con otros de su generación, y la nueva conciencia de las mujeres, que también llegó más allá de las universidades. Los grupos de jóvenes, aún no asentados en la adultez establecida, son el lugar tradicional para ánimos elevados, disturbios y desorden, como ya lo sabían los rectores universitarios medievales, y las pasiones revolucionarias son más frecuentes a los 18 que a los 35, como generaciones de padres europeos les habían dicho a generaciones de hijos y (más tarde) hijas. En realidad, esta creencia estaba tan enraizada en las culturas occidentales que el Establishment de varios países -tal vez mayoritariamente latinos, a ambos lados del Atlántico- daban por descontada la militancia estudiantil, incluso al punto del esfuerzo guerrillero armado, en la generación más joven. Si indicaba algo, era un signo de una personalidad despierta más que de una complicada. Estudiantes de San Marcos en Lima (Perú), como decía un chiste, hacían "su servicio revolucionario" en alguna secta ultramaoísta antes de establecerse en una sólida y apolítica profesión de clase media -en la medida en que algo así como vida normal seguía siendo posible en ese país poco feliz. Los estudiantes mexicanos pronto aprendieron a. que el estado y el aparato partidario reclutaba sus cuadros esencialmente de las universidades, y b. que mientras más revolucionarios eran los estudiantes, mejores trabajos les ofrecían después de la graduación. Pero incluso en la respetable Francia, el exmaoísta de principios de los 70's que hacía una brillante carrera al servicio del estado se convirtió en un caso familiar.

Sin embargo, esto no explica por qué cuerpos de gente joven, que estaban en obvio camino hacia un futuro mejor que el de sus padres, o, al menos, que el de la mayoría de los no estudiantes, tuvieron que sentirse atraídos -con raras excepciones- por el radicalismo político. En realidad, probablemente una alta proporción de ellos no lo estaba, prefiriendo concentrarse en conseguir los grados que garantizaban su futuro, pero eran menos notorios que los números más pequeños -pero aún así grandes- de los políticamente activos, especialmente cuando estos dominaban las partes visibles de la vida universitaria, a través de manifestaciones públicas que iban desde las paredes llenas de afiches y graffitis hasta las concentraciones, las marchas y los piquetes. Aún así, incluso ese grado de radicalización del ala izquierda era nueva en los países desarrollados, aunque no en los atrasados y dependientes. Antes de la Segunda Guerra Mundial, la gran mayoría de los estudiantes de Europa central y occidental, así como de Norteamérica, había sido no política o de derecha.

La aguda explosión de las cantidades de estudiantes sugiere una posible explicación. El número de estudiantes franceses a fines de la Segunda Guerra Mundial era menor que 100.000. En 1960 era de más de 200.000 y dentro de los diez años siguientes se triplicó hasta los 651.000. (Durante esos diez años, el número de estudiantes en carreras humanistas se multiplicó por casi tres y medio, y el de las ciencias sociales por cuatro). La consecuencia más directa e inmediata fue una inevitable tensión entre masas de estudiantes de primera generación que ahora llovían de pronto sobre las universidades, y las instituciones que no estaban ni física ni organizacional ni intelectualmente preparadas para tal influjo. Más aún, al tener una creciente proporción del grupo de edad la posibilidad de estudiar -en Francia era un 4% en 1950, un 15% en 1970- el ir a la universidad dejó de ser un privilegio excepcional que fuese una retribución en sí, y las restricciones que imponía en adultos jóvenes (y generalmente no adinerados) se resentían más. El resentimiento hacia un tipo de autoridad, la de la universidad, fácilmente se ampliaba a un resentimiento hacia cualquier autoridad, y por lo tanto (en Occidente) inclinaba a los estudiantes hacia la izquierda. No es para nada sorprendente que los 60's se convirtieran en la década de descontento estudiantil por excelencia. Razones especiales lo intensificaron en tal o cual país -hostilidad a la guerra de Vietnam en U.S.A. (i.e. al servicio militar), resentimiento racial en Perú- pero el fenómeno fue demasiado general como para requerir explicaciones ad-hoc.

Y aún así, en un sentido más general, menos definible, esta nueva masa de estudiantes estaba en un ángulo incómodo respecto al resto de la sociedad. A diferencia de otras o más antiguas clases o agrupamientos sociales, no tenían un lugar establecido en ella o una forma de relacionarse con ella -pues, ¿cómo podían los nuevos ejércitos de estudiantes ser comparados con los comparativamente diminutos grupos de antes de la guerra (40.000 en la bien educada Alemania en 1939) que eran meramente una fase junior en la vida de la clase media? En muchas formas la sola existencia de la nueva clase implicaba preguntas sobre la sociedad que la había engendrado; y de las preguntas a la crítica hay un solo paso. ¿Cómo encajaban en ella? ¿Qué tipo de sociedad era ésta? La misma juventud del cuerpo estudiantil, el mismo ancho de la brecha generacional entre esto hijos del mundo de postguerra y sus padres que recordaban y comparaban, hizo las preguntas más urgentes, las actitudes más críticas. Pues los descontentos de los jóvenes no eran aminorados por la conciencia de vivir en tiempos de sostenidas mejoras, mucho mejores tiempos que los que sus padres jamás esperaron ver. Los nuevos tiempos eran los únicos que los jóvenes que iban a la universidad conocían. Por el contrario, sentían que las cosas podían ser diferentes y mejores, aún cuando no supieran muy bien cómo. Sus mayores, acostumbrados a -o al menos con recuerdos de- un tiempo de dureza y desempleo, no esperaban movilizaciones radicales masivas en un momento en que, seguramente, el incentivo económico para éstas en los países desarrollados era menos que jamás antes. Pero la explosión del descontento juvenil hizo erupción en el peak del gran boom global, porque estaba dirigido, por muy vaga o ciegamente que lo fuera, contra lo que veían como característico de esta sociedad, no contra el hecho de que la vieja sociedad no se hubiese mejorado lo suficiente. Pero, paradójicamente, el hecho de que el ímpetu del nuevo radicalismo viniese de grupos no afectados por descontento económico estimuló incluso a grupos que sí estaban acostumbrados a movilizarse sobre bases económicas a descubrir que, después de todo, podrían pedir a la nueva sociedad mucho más de lo que habían imaginado. El efecto más inmediato de la rebelión estudiantil europea fue una ola de huelgas obreras por mejores salarios y condiciones.


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