Hobsbawn, Secciones II y III del capítulo "The Cultural Revolution", en The Age of Extremes

 

II

Pues si el divorcio, los nacimientos ilegítimos y el ascenso de la familia de progenitor soltero (mayoritariamente madre) indicaron una crisis en la relación entre los sexos, el ascenso de una cultura juvenil específica y extraordinariamente poderosa indicó un profundo cambio en la relación entre las generaciones. La juventud, como un grupo autoconciente extendiéndose entre la pubertad -que en los países desarrollados ocurría más temprano que en las generaciones previas- y la mitad de los veinte, ahora se convirtió en un agente social independiente. Los desarrollos políticos más dramáticos, particularmente en los 60's y 70's, fueron las movilizaciones de la franja de edad que, en países menos politizados, hizo la fortuna de la industria discográfica, el 75 a 80 por ciento de cuya producción -puntualmente música rock- era vendida casi exclusivamente a consumidores entre los 14 y los 26. La radicalización política de los 60's, anticipada por contingentes más pequeños de disidentes culturales y marginales de varias etiquetas, perteneció a esta gente joven, que rechazó el status de niño, o incluso de adolescente (i.e. adultos aún-no-maduros), a la vez que le negó humanidad completa a cualquier generación por arriba de los treinta, excepto por algún ocasional gurú.

Excepto en China, donde el anciano Mao movilizaba a los jóvenes con efectos terribles, los jóvenes radicales eran guiados -en la medida en que aceptaran algún líder- por miembros de su propio grupo de edad. Esto fue patentemente cierto en los movimientos estudiantiles de todas partes del mundo, pero allí donde estos detonaron movimientos laborales masivos, como en Francia e Italia en 1968-69, la iniciativa también vino de los trabajadores jóvenes. Nadie con una experiencia mínima de las limitaciones de la vida real, es decir ningún adulto genuino, habría podido esbozar los confiados pero notoriamente absurdos eslóganes de los días del Mayo parisino del 68 o del "otoño caliente" italiano del 69: "tutto e subito,", "lo queremos todo y lo queremos ahora".

Esta nueva "autonomía" de la juventud como un estrato social separado fue simbolizada por un fenómeno que, a esa escala, no tiene paralelo desde la era romántica del temprano siglo diecinueve: el héroe cuya vida y juventud terminan juntas. Esta figura, anticipada en los 50 por la estrella de cine James Dean, fue común, quizás casi ideal, en lo que se convirtió en la expresión cultural característica de la juventud -el rock. Buddy Holly, Janis Joplin, Brian Jones of the Rolling Stones, Bob Marley, Jimi Hendrix y una serie de otras divinidades populares cayeron víctimas de un estilo de vida diseñado para la muerte temprana. Lo que hizo simbólicas estas muertes fue que la juventud, que ellos representaban era inmanente por definición. Ser un actor puede ser una carrera para toda la vida, pero no ser una joven revelación.

Sin embargo, a pesar de que la membresía de la juventud cambia permanentemente -una "generación" estudiantil dura sólo unos 3 ó 4 años- sus filas se vuelven a llenar permanentemente. La emergencia del adolescente como un actor social autoconciente fue de a poco reconocida, con mucho entusiasmo por los productores de bienes de consumo, con menos por los padres, al ver extenderse el rango entre los que aceptaban ser llamados "niños" y los que reclamaban el de "adultos". A mediados de los sesenta incluso el propio movimiento de Baden Powell, los Boy Scouts, eliminaron la primera parte de su nombre como una concesión al ánimo de los tiempos, y cambiaron el viejo sombrero de explorador por un beret más práctico.

Los grupos de edad no son nada nuevo en las sociedades, e incluso en la civilización burguesa un estrato de aquellos sexualmente maduros pero aún en crecimiento físico e intelectual, y sin experiencia de la vida adulta, había sido antes reconocido. El que este grupo estuviese volviéndose más joven, en la medida en que la pubertad y la altura máxima se iban alcanzando antes, no cambiaba por sí mismo la situación. Simplemente causaba tensiones entre los jóvenes y los padres o profesores que insistían en tratarlos como si fuesen menores que lo que ellos se sentían. Los burgueses estaban acostumbrados a ver a sus hombres jóvenes -a diferencia de sus mujeres jóvenes- pasar a través de un período de turbulencia antes de "sentar cabeza". Lo novedoso en la nueva cultura juvenil fueron tres elementos.

En primer lugar, la "juventud" dejó de ser vista como una etapa preparatoria para la adultez, sino, en cierto sentido, como la etapa final del desarrollo humano completo. Como en el deporte (la actividad humana en la que la juventud es suprema, y que ahora definía las ambiciones de más personas que jamás antes), la vida claramente iba cuesta abajo después de los treinta. En el mejor de los casos, tenía poco digno de interés después de esa edad. El hecho de que esto no correspondiera, en la práctica, con una realidad social en la cual (excepto por los deportes, algunas formas de entretenimiento y tal vez la matemática pura) el poder, la influencia y los logros, así como la riqueza, aumentaban con la edad, era una demostración más del modo insatisfactorio en que el mundo estaba organizado. Pues, hasta los 70's, el mundo de postguerra estaba en efecto gobernado por una gerontocracia como pocas veces antes se había visto, concretamente por hombres -aún rara vez mujeres- que había sido adultos a fines, o incluso en los comienzos, de la Primera Guerra Mundial. Esto era así tanto en el mundo capitalista (Adenauer, de Gaulle, Franco, Churchill) como en el mundo comunista (Stalin y Krushchev, Mao, Ho-Chi-Minh, Tito) y en los mayores estados postcoloniales (Gandhi, Nehru, Sukarno). Un líder menor de cuarenta era una rareza incluso en regímenes revolucionarios emergentes de golpes militares, un tipo de cambio político usualmente realizado por oficiales relativamente jóvenes que tenían menos que perder que los mayores. De ahí mucho del impacto internacional de Fidel Castro, que capturó el poder a los 22.

Sin embargo, calladas y quizás no siempre conscientes concesiones fueron hechas al juvenecimiento de la sociedad por los Establishment de los viejos, entre ellas por la floreciente industria de cosméticos, cuidado del cabello e higiene personal, que se benefició desproporcionadamente de la riqueza que se acumulaba en unos pocos países desarrollados. Desde fines de los 60's hubo una tendencia a reducir la edad mínima para votar -por ejemplo en U.S.A., Gran Bretaña, Alemania y Francia- y también algunos signos de descenso en la edad para el consentimiento de relaciones (hetero)sexuales. Paradójicamente, mientras la esperanza de vida aumentaba, el porcentaje de viejos crecía y, al menos en las favorecidas clases media y alta, la declinación senil se posponía, el retiro se empezó a alcanzar antes, y, en épocas de dificultad, el "retiro anticipado" se convirtió en un método favorito de cortar costos de mano de obra. Ejecutivos sobre cuarenta que perdían sus empleos tenían las mismas dificultades que los trabajadores manuales u oficinistas para encontrar otros nuevos.

La segunda novedad de la cultura juvenil fue consecuencia de la primera: era o se volvió dominante en las "economías de mercado desarrolladas", en parte porque representaba una a una masa concentrada de poder adquisitivo, en parte porque cada nueva generación de adultos había sido socializada como parte de una cultura juvenil autoconciente y traía las marcas de esa experiencia, y en parte, finalmente, porque la asombrosa velocidad del cambio tecnológico dio a los jóvenes efectivamente una ventaja demostrable por sobre la edad más conservadora o al menos más inadaptable. Fuese cual fuese la estructura de edad de la administración de IBM o Hitachi, los nuevos computadores eran diseñados y el nuevo software programado por veinteañeros. Incluso cuando las máquinas y programas se hacían a prueba de tontos, la generación que no se había formado con ellas era notoriamente inferior a aquella que sí lo había hecho. Lo que los hijos podían aprender de los padres pasó a ser menos obvio que lo que los hijos sabían y los padres no. El rol de las generaciones se revertió. Los blue jeans, la ropa deliberadamente demótica introducida en los campus norteamericanos por estudiantes que no querían verse igual que sus mayores, empezaron a aparecer bajo cabezas grises, en fines de semana, vacaciones, e incluso algunas profesiones.

La tercera peculiaridad de la nueva cultura juvenil en las sociedades urbanas fue su impresionante internacionalismo. Los blue jeans y la música rock se convirtieron en distintivos de la juventud "moderna", de las minorías destinadas a convertirse en mayorías, en todos los países donde eran tolerados e incluso en algunos en los que no lo era, como la U.R.S.S. a partir de los 60's. El inglés de las letras de rock con frecuencia ni siquiera se traducía. Esto reflejó la avasalladora hegemonía cultural de U.S.A. en la cultura y estilo de vida populares, aunque debe destacarse que el corazón de la cultura juvenil occidental era todo lo contrario de culturalmente chauvinista, especialmente en sus gustos musicales. Estilos importados del Caribe, Latinoamérica o, desde los 80's, África, eran bienvenidos.

Esta hegemonía cultural no era nueva, pero su modus operandi había cambiado. Entre las guerras mundiales su principal conductor había sido la industria fílmica norteamericana, la única con distribución global masiva. Era vista por un público de cientos de millones que alcanzó su máximo justo a fines de la Segunda Guerra Mundial. Con el ascenso de la televisión, de la producción fílmica internacional y con el fin del sistema de los estudios hollywoodenses, la industria norteamericana perdió algo de su preeminencia y más de su público. En 1960 no producía más que un sexto de la producción mundial de películas, incluso sin contar a Japón y la India; más tarde habría de recobrar buena parte de su hegemonía. U.S.A. jamás logró establecer un dominio comparable en los más diversificados y vastos mercados de la televisión. Sus estilos juveniles se extendieron directamente, o por la amplificación de sus señales a través de Gran Bretaña, por una especie de osmosis informal. Se extendió a través de discos y más tarde cintas, cuyo mejor medio de promoción, en aquel entonces, antes y también hasta hoy, era la anticuada radio. Se extendió a través de la distribución mundial de imágenes; a través de los contactos personales del turismo juvenil internacional, que distribuía pequeñas pero crecientes e influyentes corrientes de hombres y mujeres jóvenes en jeans a través del globo; a través de la red mundial de universidades, cuya capacidad para la comunicación internacional veloz se volvió obvia en los 60's. Y last but not the least, se extendió a través de la fuerza de la moda en la sociedad de consumo que ahora alcanzaba a las masas, aumentada por la presión de los grupos de edad. Una cultura juvenil global había nacido.

¿Pudo haber emergido en cualquier período anterior? Casi con seguridad no. Su constitución habría sido mucho más pequeña, en términos relativos o absolutos, pues el alargamiento de la educación de tiempo completo, y especialmente la creación de vastas poblaciones de hombres y mujeres jóvenes viviendo juntos como un grupo de edad en las universidades la expandieron dramáticamente. Más aún, incluso los adolescentes que entraban al mercado del trabajo de jornada completa al salir del colegio (entre los 14 y los 16 años en el típico país "desarrollado") tenían mucho más poder adquisitivo independiente que sus predecesores, gracias a la prosperidad y al empleo pleno de la Edad Dorada; y gracias a la prosperidad mayor de sus padres, que tenían ahora una menor necesidad de la contribución de los hijos al presupuesto familiar. Fu el descubrimiento de este mercado juvenil a mediados de los 50's lo que revolucionó el negocio de la música popular y, en Europa, el lado de mercado de masas de las industrias de la moda. El "teen-age boom" británico que comenzó en este período estuvo basado en concentraciones urbanas de chicas relativamente bien pagadas por oficinas y negocios en expansión, y que solían tener más para gastar que los chicos, y en aquel tiempo carecían de las formas de gasto típicamente masculinas, como cerveza o cigarrillos. El boom "primero reveló su fuerza en campos donde las compras de las chicas eran preeminentes, como blusas, cosméticos y discos de música popular" (Allen, 1968), sin contar los conciertos pop, de los que eran el público más prominente y audible. El poder del dinero joven se puede medir a través de las ventas de discos en U.S.A., las que aumentaron de $277 millones en 1955, cuando el rock apareció, a $600 millones en 1959 y $2000 millones en 1973. Cada miembro del grupo entre 15 y 19 años en U.S.A. gastó al menos cinco veces más en discos en 1970 que en 1955. Mientras más rico el país, mayor el negocio discográfico: los jóvenes en U.S.A., Suecia, Alemania Occidental, Holanda y Gran Bretaña gastaban entre siete y diez veces más, por cabeza, que lo que gastaban los de países más pobres pero en rápido desarrollo, como Italia y España.

El poder de mercado independiente hizo más fácil para los jóvenes descubrir símbolos materiales o culturales de identidad. Sin embargo, lo que agudizó estas trazas de identidad fue la enorme brecha histórica que separaba a la generación nacida antes de, digamos, 1925, de aquella nacida después de, digamos, 1950; una brecha mucho mayor que la que había habido entre padres e hijos en el pasado. Muchos padres con hijos teenagers lo notaron claramente en los 60's y después. Los jóvenes vivían en sociedades separadas de su pasado, ya sea transformadas por la revolución, como en China, Yugoslavia o Egipto, por la conquista y la ocupación, como en Alemania y Japón, o por la liberación colonial. No tenían recuerdos de la era anterior al diluvio. Excepto tal vez por la experiencia compartida de una gran guerra nacional, como la que unió por un tiempo a jóvenes y viejos en Rusia o Inglaterra, no tenían forma de entender lo que sus mayores habían experimentado o sentido -incluso cuando estos estaban dispuestos a hablar sobre el pasado, lo que sin embargo no era el caso de los alemanes, franceses o japoneses. ¿Cómo podía un joven indio, para quien el Congreso era una máquina gubernamental o política, entender a un viejo para quien había sido la expresión de una nación luchando por su libertad? ¿Cómo, incluso, podía el joven economista indio que llenaba las universidades del mundo entender a sus propios profesores, para quienes la máxima ambición en el período colonial había sido simplemente "tan buenos como" sus modelos metropolitanos?

La Edad Dorada amplió esta brecha, al menos hasta los 70's. ¿Cómo podía chicos y chicas, creciendo en una era de empleo pleno, entender a una generación con la experiencia de los años 30, o, por el contrario, cómo podía la generación mayor entender a estos jóvenes para los cuales el trabajo (sobre todo seguro y con derechos previsionales) no era un tranquilo puerto después de mares tormentosos, sino algo que se podía conseguir en cualquier momento y ser abandonado cada vez que alguien quería irse a Nepal por unos meses? Esta versión de la brecha generacional no estaba limitada a los países industrializados, pues la dramática declinación del campesinado creó un abismo similar entre las generaciones rural y ex-rural, manual y mecanizada. Los profesores de historia de Francia, crecidos en un país en el que cada niño venía de una granja o pasaba sus vacaciones en una, descubrieron en los 70's que debían explicarles a los estudiantes lo que las muchachas lecheras alguna vez habían hecho y cuál era el aspecto de un potrero o un silo. Es más, esta brecha generacional afectó incluso a aquellos -la mayoría de los habitantes del mundo- por los cuales la mayoría de los grandes eventos políticos del siglo había pasado de largo o que no tenían opiniones particulares sobre ellos, excepto en tanto afectasen sus vidas privadas.

Pero, por supuesto, hubiesen o no pasado de largo dichos eventos, el hecho es que ahora la mayoría de la población mundial era más joven que nunca antes. En la mayor parte del Tercer Mundo, en la cual la transición demográfica de tasas altas a bajas de natalidad aún no tenía lugar, entre dos quintos y la mitad de los habitantes en cualquier momento de la segunda mitad del siglo estaba por debajo de los catorce años de edad. Por muy fuertes que fuesen los lazos familiares, por muy poderosa que fuese la malla de la tradición, no podía haber sino una enorme brecha entre su forma de entender la vida, sus experiencias y esperanzas, y la de las generaciones mayores. Los exiliados políticos sudafricanos que volvieron a su país en los 90's tenían una forma distinta de entender lo que significaba luchar por el Congreso Nacional Africano de la que tenían sus jóvenes "camaradas" que enarbolaban la misma bandera en las ciudades africanas. Y recíprocamente, ¿qué podían hacer las mayorías de Soweto, nacidas mucho después de que Nelson Mandela entrase en prisión, hacer con él, salvo convertirlo en un símbolo o un ícono? En muchas formas en esos países la brecha generacional era aún mayor que en Occidente, donde instituciones permanentes y continuidad política unían a jóvenes y viejos.

 

III

La cultura juvenil se convirtió en la matriz de la revolución cultural en un sentido amplio de una revolución en las costumbres y atuendos, en las formas de usar el ocio y en las artes comerciales, las cuales crecientemente formaron la atmósfera que respiraban los hombres y mujeres urbanos. Fue demótica y antinómica, especialmente en asuntos de conducta personal. Cada cual debía "hacer lo suyo" con el mínimo de restricciones externas, aunque en la práctica la presión de los pares y la moda imponían tanta uniformidad como antes, al menos en grupos de edad y subculturas.

El hecho de que los estratos sociales altos se permitieran inspirarse en lo que hallaban entre "el pueblo" no fue en sí mismo una novedad. Incluso si dejamos fuera a la reina María Antonieta jugando a ser lechera, los románticos habían adorado la cultura folclórica rural, la música folclórica y los bailes folclóricos, sus intelectuales más [hippier] (Baudelaire) habían imaginado la urbana nostalgie de la boue, y muchos victorianos habían hallado que el sexo con alguien de las clases inferiores, del género que se prefiriese, resultaba inusualmente satisfactorio. (Estos sentimientos estaban lejos de extinguirse a fines del siglo veinte). En la Era del Imperio [1871-1914, según la clasificación de autor] las influencias culturales por primera vez empezaron a moverse sistemáticamente hacia arriba, a través del poderoso impacto de las recientemente desarrolladas artes plebeyas, y a través del cine, el entretenimiento masivo por excelencia. Sin embargo, la mayor parte de los entretenimientos populares y comerciales entre guerras siguieron en gran medida bajo la hegemonía de la clase media o fueron llevados bajo su sombrilla. La industria clásica de Hollywood era, por sobre todo, respetable; su ideal social era la versión norteamericana de sólidos "valores familiares", su ideología era la de la oratoria patriótica. Cuando descubría un género incompatible con el universo moral de las quince películas "Andy Hardy" (1937-47), que recibieron un Premio de la Academia por "promover el modo de vida americano", como por ejemplo en las primeras películas de gángsters que corrían el riesgo de idealizar a los delincuentes, el orden moral era restaurado prontamente... siempre y cuando no estuviese ya en manos del Código de Producción de Hollywood (1934-66), el cual limitaba la duración permisible de besos en la pantalla (con la boca cerrada) a treinta segundos. Los mayores triunfos de Hollywood -e.g., Lo que el viento se llevó- estaban basados en novelas diseñadas para el lector común de la clase media, y pertenecían a ese universo cultural tan firmemente como Vanity Fair de Thackeray o Cyrano de Bergerac de Edmond Rostand. Sólo el anárquico y demótico género de la comedia nacida en el circo y el vaudeville resistió esa domesticación durante un tiempo, aunque en los treinta incluso ella se retiró bajo la presión de un brillante género de boulevard, la crazy comedy de Hollywood.

Y de nuevo, el triunfante musical de Broadway de entreguerras, y los tonos de danza y baladas que lo acompañaban, eran un género burgués, aunque uno impensable sin la influencia del jazz. Eran escritos para un público de clase media neoyorquino con libretos y líricas claramente dirigidos a una audiencia adulta que se veía a sí misma como emancipada y sofisticada. Una rápida comparación de las letras de Cole Porter con las de los Rolling Stones deja el punto claro. Al igual que la edad dorada de Hollywood, la edad dorada de Broadway descansó en una simbiosis entre lo plebeyo y lo respetable, pero no fue demótica.

La novedad de los 50's fue que los jóvenes de clase media y alta, al menos en el mundo anglosajón que cada vez marcaba más el tono global, empezaron a aceptar la música, la ropa e incluso el lenguaje de las clases bajas urbanas, o lo que ellos pensaban que lo era, como propio. El ejemplo más notable fue la música rock. A mediados de los 50's escapó súbitamente del ghetto de los catálogos "raciales" o de "rhythm and blues" de las compañías discográficas, dirigidos a los negros pobres de U.S.A., para convertirse en el idioma universal de la juventud, y notoriamente de la juventud blanca. Jóvenes dandys de la clase trabajadora habían tomado a veces, en el pasado, los estilos de moda superior de los estratos más altos o de las subculturas de clase media (como la bohemia artística); las chicas de la clase trabajadora más aún. Ahora pareció producirseuna curiosa inversión. El mercado de la moda para el joven plebeyo estableció su independencia y empezó a marcar la pauta del mercado patricio. Mientras los blue jeans (para ambos sexos) avanzaban, la haute couture parisina retrocedía, o más bien reconocía su derrota al usar sus prestigiosos nombres para vender productos masivos, directamente o bajo licencia. 1965, dicho sea de paso, fue el primer año en que la industria francesa de ropa femenina produjo más pantalones que faldas. Los jóvenes aristócratas empezaron a ocultar los acentos que, en Gran Bretaña, habían identificado infaliblemente a los de su clase, y empezaron a hablar una aproximación del lenguaje de la clase trabajadora londinense. Hombres jóvenes, y crecientemente también mujeres, empezaron a copiar lo que antes había sido una costumbre poco respetable y de macho de los trabajadores manuales y soldados, el uso casual de obscenidades en la conversación. La literatura no se quedó atrás: un brillante crítico de teatro llevó la palabra "fuck" al público radial. Por primera vez en la historia del cuento, la Cenicienta se convirtió en la hermosa por no tener ropas espléndidas.

Este giro demótico en los gustos de la juventud de clases alta y media en Occidente, que incluso tuvo algunos paralelos en el Tercer Mundo, puede tener que ver o no con la afluencia de estudiantes de clase media hacia la política y la ideología revolucionarias unos años después. La moda suele ser profética, aunque nadie sabe cómo. Con seguridad fue reforzada entre la juventud masculina por la emergencia pública, en el nuevo clima de liberalismo, de una subcultura homosexual de singular importancia como indicadora de caminos en la moda y las artes. Sin embargo, quizás no es necesario asumir más que el hecho de que el estilo demótico fue una forma conveniente de rechazar los valores de la generación paterna o, más precisamente, un lenguaje con el que los jóvenes podían intentar entenderse con un mundo para el cual las reglas y valores de sus mayores ya no parecían ser relevantes.

El antinomismo esencial de la nueva cultura juvenil se destacó con más claridad en los momentos en que encontró expresión intelectual, como fue el caso en los afiches de París, en mayo del 68: "Se prohibe prohibir", y la máxima del radical pop norteamericano Jerry Rubin, de que uno no debería confiar en nadie que no haya estado alguna vez en la cárcel. Contrariamente a lo que podría parecer, estas no eran afirmaciones políticas en el sentido tradicional -ni siquiera en el sentido restringido de pretender abolir leyes represivas. Ese no era su objetivo. Eran anuncios públicos de sentimientos y deseos privados. Como lo puso un eslogan del 68: "Tomo mis deseos por realidad, pues creo en la realidad de mis deseos". Incluso cuando tales deseos se juntaban en manifestaciones públicas, en grupos y movimientos; incluso cuando parecía ser, y a veces tenía los efectos de, una rebelión de masas, la subjetividad estaba en su raíz. "Lo personal es político" se convirtió en un eslogan importante del nuevo feminismo, quizás uno de los resultados más importantes de los años de radicalización. Significaba más que decir simplemente que el compromiso político tenía motivaciones y satisfacciones personales, o que el criterio de éxito político era como afectase a la gente. En algunas bocas significaba "puedo llamar político a todo lo que me moleste", como en el título de un libro de 1970, Fat is a feminist issue.

El eslogan de mayo 68 "Cuando pienso en la revolución me dan ganas de hacer el amor" habría complicado no sólo a Lenin, sino también a Ruth Fischer, la joven militante comunista vienesa cuya defensa de la promiscuidad sexual fue atacada por Lenin. Y, recíprocamente, incluso para el típicamente políticamente consciente radical neo-marxista-leninista de los 60's y 70's, el agente de la Comintern descrito por Brecht, que "hacía el amor con otras cosas en mente" habría sido incomprensible. Para ellos lo importante no era por cierto lo que los revolucionarios esperaban alcanzar con sus acciones, sino lo que hacían y cómo se sentían al hacerlo. Hacer el amor y hacer la revolución no podían separarse claramente.

Por lo tanto la liberación personal y la liberación social iban de la mano; las formas más obvias de alejarse de los límites del poder estatal, paterno y de los vecinos, de la ley y la convención, eran el sexo y las drogas. El primero, en todas sus variadas formas, no necesitaba ser descubierto. Lo que un melancólico poeta conservador quería decir con la línea "sexual intercourse began in 1963" no era que esa actividad hubiese sido poco común antes de los 60's, o que el no la hubiese practicado, sino que cambió su carácter público con -sus ejemplos- el juicio a Lady Chatterley y "el primer LP de los Beatles". Allí donde una actividad había estado prohibida anteriormente, esos gestos contra las formas antiguas eran sencillos. Allí donde había sido tolerada, oficialmente o extraoficialmente, como lo habían sido las relaciones lésbicas, el hecho de que se trataba de un gesto debía ser especificado. Un compromiso público con lo hasta entonces prohibido o lo anticonvencional pasó por lo tanto a ser importante. Las drogas, por otro lado, excepto por el alcohol y el tabaco, habían estado confinadas hasta entonces a pequeñas subculturas de la sociedad alta, baja, o marginal, y no se beneficiaron de una legislación permisiva. Se difundieron no sólo como un gesto de rebelión, pues las sensaciones que hacen posibles eran suficiente atractivo. Sin embargo, el uso de drogas era por definición legal una actividad fuera de la ley, y el mismísimo hecho de que la droga más popular entre la juventud occidental, la marihuana, fuese probablemente más inofensiva que el alcohol o el tabaco, hizo del fumarla (lo que típicamente era una actividad social) no sólo un acto de desafío sino de superioridad respecto a aquellos que la prohibían. En las salvajes costas norteamericanas de los 60s, donde los fanáticos del rock y los estudiantes radicales se encontraban, la línea entre volarse y construir barricadas solía verse difusa.

La reciente expansión del campo del comportamiento públicamente aceptable, incluyendo el sexual, probablemente incrementó la experimentación y la frecuencia del comportamiento considerado hasta entonces inaceptable o desviado, y ciertamente aumentó su visibilidad. Así es como en U.S.A. la emergencia pública de una subcultura homosexual abiertamente practicante, incluso en las dos señeras ciudades de San Francisco y Nueva York, no ocurrió hasta entrados los 60's, y su aparición como un grupo de presión política en dichas ciudades debió esperar a los 70's. Sin embargo, la mayor significación de estos cambios fue que, implícita o explícitamente, rechazaban una orden histórico y largamente establecido de relaciones humanas en la sociedad, que estaba expresado, sancionado y simbolizado por las convenciones y prohibiciones sociales.

En unos pocos casos, el nuevo libertarismo recibió justificación ideológica por parte de aquellos que sentía que necesitaban tal cosa. Sin embargo, no hubo prácticamente ningún rescate de la única ideología que creía que la acción espontánea, inorgánica, antiautoritaria y libertaria podía traer una nueva sociedad, nueva justa y sin Estado, el anarquismo de Bakunin o Kropotkin; a pesar de que este correspondía mucho mejor a las ideas reales de los estudiantes rebeldes de los 60's y 70's que el entonces en boga marxismo.

Pero por lo general, y esto es significativo, el rechazo no fue en nombre de alguna forma distinta de ordenar la sociedad, sino en nombre de la autonomía ilimitada del deseo individual. Asumía un mundo de individualismo llevado a sus últimas consecuencias. Paradójicamente, los rebeldes contra las convenciones y restricciones compartían los supuestos básicos sobre los que estaba hecha la sociedad de masas, o al menos las motivaciones sicológicas que aquellos que vendían los bienes y servicios encontraban más efectivas para venderles.

El mundo se asumió tácitamente como consistente en varios miles de millones de seres humanos definidos por la búsqueda del deseo individual, incluyendo deseos hasta entonces prohibidos o congelados, pero ahora permitidos -no porque se hubiese vuelto socialmente aceptables, sino porque tantos egos los tenían. Así es como hasta los 90's la liberalización oficial frenó poco antes de la legalización de las drogas. Estas continuaron prohibidas con variados grados de severidad y un alto grado de ineficacia. Pues desde fines de los 60's un enorme mercado para la cocaína se desarrolló a gran velocidad, primariamente en la próspera clase media norteamericana, y luego también en Europa occidental. Esto, al igual que el un poco anterior y más plebeyo crecimiento del mercado para la heroína (también principalmente en U.S.A.) convirtió por primera vez en la historia en crimen en una verdadera gran industria.


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