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CAPITULO V
    
SINCERIDAD DE LA NECEDAD E INGRATITUD DE LOS SABIOS PARA CON ELLA

Pero ¿para qué voy a insistir en esto, como si no llevase grabado en el rostro y en la frente qué clase de pájaro soy, como dice el pueblo, o como si alguno que me confundiese con Minerva o con la Sabiduría, no hubiera de convencerse al punto de su error con sola una mirada y sin necesidad de recurrir a la palabra, pues la cara es el espejo infalible del alma? En mí no hay lugar para el engaño, ni llevo una cosa en el corazón y otra en la boca; soy siempre y en todas partes idéntica a mi misma, de tal modo que no pueden disimularme ni aun aquellos que saben cubrirse con una apariencia dándose tono y echándoselas de sabios, cuyo nombre se arrogan como monas vestidas de púrpura o como asnos con piel de león, que no dejan de asomar por algún sitio las formidables orejas de Midas, por muy bien que se disfracen.

Ingrata, sin duda, es esta clase de hombres que, siendo mis más fieles partidarios, avergüénzanse de mi nombre delante del mundo, hasta el punto de lanzarlo con frecuencia a los demás como un grave insulto. Siendo éstos, pues, en realidad, archinecios (μωρότατοι), aunque quieran pasar por unos sabios y por unos Tales de Mileto, ¿no merecerían, por derecho propio, que los llamásemos morósofos (μωροσόφους), es decir, sabios-necios?


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