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CAPITULO XXXV
    
VENTAJAS QUE LOS NECIOS TIENEN SOBRE LOS SABIOS

Dicho filósofo reconoce también muchas mayores preferencias a los ignorantes que a los doctos y a los ilustres, y en el famoso Grillo fué bastante más listo que el prudente Ulises, porque prefirió continuar gruñendo en la pocilga, a marcharse con él a correr aventuras peligrosas. Homero, padre de las fábulas, me parece que comparte esta opinión, puesto que, a menudo, llama a todos los mortales desdichados y desgraciados, y a Ulises, según él el prototipo de sabio, le da muchas veces el calificativo de ``infeliz'' que no aplicó jamás ni a Paris, ni a Ajax, ni a Aquiles. ¿Por qué razón? Pues, sencillamente, porque aquel taimado farsante no hacía nada sin consultar a Palas, y por exceso de sabiduría se apartaba cuanto podía de las leyes de la Naturaleza.

Por tanto, así como los que están más lejos de la felicidad son aquellos que cultivan el saber, mostrándose entonces doblemente necios, ya que, a pesar de haber nacido hombres, olvídanse de su condición, pretendiendo emular a los dioses inmortales, y, a ejemplo de los titanes, declaran la guerra a la Naturaleza valiéndose de los ardides de la ciencia, así los menos desdichados son aquellos que más se aproximan a los instintos de los brutos y a la necedad, y no intentan nada que supere las fuerzas humanas. Veamos si podemos probar esto también, pero no con entimemas de los estoicos, sino con un ejemplo vulgar.

¡Por los dioses inmortales!, decidme: ¿Hay alguien más feliz que esos hombres a quienes las gentes llaman estultos, necios, imbéciles y tontos, nombres que son a mi entender hermosísimos? Quizá a primera vista, esto parezca necio y absurdo y, sin embargo, es una gran verdad. En primer lugar, éstos se ven libres del miedo de la muerte, que es, ¡vive Júpiter!, no pequeña ventaja; no sienten remordimientos de conciencia; los cuentos de aparecidos no los espantan; no se asustan de los fantasmas ni de los duendes; no los turba el temor de los males que los amenazan, ni se hinchan de orgullo por la perspectiva de los vienes futuros; en una palabra, no los consumen las mil y mil preocupaciones que atormentan la vida; no conocen la vergüenza, ni el respeto, ni la ambición, ni la envidia, ni el amor; y por último, por mucho que se acerquen en sus actos a la estupidez de los brutos, no pecan en opinión de los teólogos.

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Medita ahora lo que digo, sabio archinecio, y considera todos los cuidados que torturan tu espíritu por doquier, de día y de noche; reúne en un montón todas las molestias que te afligen en la vida, y al cabo comprenderás de cuántos males he preservado yo a mis amados necios. Añádase a esto que ellos no solamente se regocijan, juegan, cantan y ríen a todas horas, sino que adondequiera que van llevan consigo el placer, la broma, la diversión y las carcajadas, como si tal virtud la hubiesen recibido por la indulgencia de los dioses para alegrar las tristezas de la vida humana.

De esta forma, mientras los otros hombres inspiran a los demás muy contrarios afectos, los míos son por todos recibidos unánimemente con los brazos abiertos y los consideran como amigos, los buscan, los regalan, los festejan, los abrazan, los socorren si necesitan, les toleran cuanto dicen y cuanto hacen, y hasta tal punto nadie desea causarles daño, que los mismos animales salvajes templan con ellos sus rigores, como si naturalmente tuvieran conciencia de su condición inofensiva. Están, pues, en verdad, al amparo de los dioses y al mío singularmente, y, por tanto, nadie se atreve a disputarles este privilegio.


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