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CAPITULO XXXVI
    
CONTINÚA LA MISMA MATERIA

Y qué os parece si os digo que los más grandes reyes gustan tanto de mis protegidos, que algunos no pueden ni comer, ni pasear, ni pasar una hora entera sin sus bufones, y a menudo anteponen estos tontos a los austeros sabios, que sólo por pura vanidad acostumbran sustentar algunas veces en sus casas? A causa de esta preferencia, no creo que a nadie se le oculte ni sorprenda, pues esos sabios no suelen hablar a los príncipes más que de cosas tristes, y engreídos con su doctrina, no temen a veces herir los oídos delicados con mordaces verdades; en cambio, los bufones procuran lo único que los príncipes buscan a toda costa, no importa dónde: juegos, pasatiempos, carcajadas y distracciones.

Tened por cierto que el necio posee una cualidad que no es de despreciar: la de ser sólo él franco y verídico. Y ¿qué cosa hay más digna de alabanza que la verdad? Aunque Platón en su Banquete hiciese decir a Alcibíades que sólo se halla en la embriaguez y en la infancia, no obstante, toda esa alabanza a mí especialmente se me debe, como afirma Eurípides, de quien es aquel célebre proverbio referente a nosotros: ``El necio no dice más que necedades.'' El tonto, lo que lleva en el pecho es lo que lleva en la cara y lo que le sale por la boca; pero los sabios tienen dos lenguas, según asegura el mismo Eurípides, una de las cuales dice la verdad, y la otra sólo lo que conviene, según las circunstancias; para éstos, es blanco lo que ayer era negro, o es frío ahora lo que antes era caliente, porque hay una gran distancia entre lo que esconden en su interior y lo que fingen con sus palabras.

En verdad que los príncipes, con toda su felicidad, me parecen extremadamente desdichados, por faltarles quien les diga la verdad y porque se ven obligados a tener a su lado aduladores en lugar de amigos. Pero alguien me dirá: ``Es que los oídos de los príncipes aborrecen la verdad, y por esto mismo huyen de los sabios, temiendo tropezar con alguno libre en demasía que se atreve a decirles cosas más verdaderas que agradables.'' Conformes: los reyes no aman la verdad. Y, sin embargo, he aquí una cosa admirable: el ejemplo de mis fatuos prueba no solamente que los reyes acogen con placer las verdades, sino también hasta las injurias directas, y se da el caso de que aquello que dicho por un sabio se habría castigado con la muerte, produzca en labios de un tonto un contento increíble.

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La verdad, en efecto, posee cierta natural virtud de agradar; pero éste es un privilegio que los dioses no han concedido más que a los necios. He aquí por qué, generalmente, gusten tanto las mujeres de los hombres de esta jaez, pues siendo por su naturaleza más inclinadas al placer y a la frivolidad, todo lo que hacen bajo dicho pretexto, aunque a veces se trate de lo más grave, achacándolo a broma y a juego. ¡Es un sexo tan ingenioso, sobre todo cuando se trata de paliar sus deslices!...


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