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CAPITULO XLII
    
IMPORTANCIA QUE TIENE EL AMOR PROPIO EN LOS INDIVIDUOS

Aunque tengo alguna prisa, no puedo, sin embargo, pasar en silencio a aquellos que, si bien es cierto que no difieren gran cosa de un pobre remendón, jáctanse, no obstante, de una manera increíble de poseer un vano título nobiliario. El uno dice que desciende de Eneas; el otro, de Bruto, y el de más allá, del rey Artús; en todos los rincones de sus casas muestran las estatuas y retratos de sus antepasados, cuentan sus bisabuelos y sus tatarabuelos y recuerdan sus antiguos apellidos; pero, en realidad, no están ellos mismos muy lejos de ser como las mudas estatuas de que se glorían; antes, al contrario, son más estúpidos que los retratos que enseñan. A pesar de ello, gracias al dulcísimo Amor Propio, gozan de una vida completamente feliz, pues nunca faltan algunos tan necios como ellos, que admiran a esta especie de brutos como si fueran dioses.

Pero ¿por qué he de hablar de géneros de necedad, como si Filaucia (el Amor Propio) no dispusiera por doquier de mil medios para hacer dichosos a muchísimos hombres? Este, más feo que un mico, se tiene por más hermoso que Nireo; el otro, en cuanto sabe trazar tres líneas con el compás, se juzga un Euclides; y aquel otro, que es como un asno delante de una lira, y cuya voz es tan chillona como la del gallo cuando anda detrás de la gallina, se cree un nuevo Hermógenes. Hay, sí, una clase de locura extraordinariamente agradable, superior a las demás, y de cuya posesión algunos se envanecen como si fuese suya. Tal fué la de aquel rico, dos veces feliz, de que nos habla Séneca, que cuando tenía que contar un cuentecillo, ponía junto a sí a sus siervos para que le apuntasen las palabras y a los cuales no hubiera dudado en enviar a la palestra a hacer sus veces en un certamen de pugilato, pues era hombre tan para poco, que sólo podía vivir confiado en que tenía en su casa muchos y muy robustos esclavos.

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Y ¿qué diremos de los cultivadores de las bellas artes? Les es tan peculiar la Filaucia, que antes los veríamos renunciar a su patrimonio que ser tenidos por genios; pero principalmente entre los comediantes, músicos, oradores y poetas, el más ignorante es el que posee mayor presunción, mayor jactancia y más elevado concepto de sí mismo; y con todo, encuentran imbéciles de su calaña que los admiren, porque cuanto más tontos son, más admiradores hallan, ya que por ser, como dijimos, la mayoría de los hombres vasallos de la Necedad, lo peor gusta siempre a los más. Por consiguiente, si los imbéciles son los más satisfechos de sí mismos y los más admirados por todos, ¿quien será el necio que prefiera la verdadera sabiduría, que tanto trabajo nos cuesta adquirir, nos vuelve tímidos y vergonzosos, y, por último, encuentra tan pocos apreciadores?

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