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CAPITULO XLVI
    
LIBERALIDAD DE LA NECEDAD

Sabido es que no hay goce verdadero como no sea en compañía. ¿Y quién ignora cuán poco abundan los sabios, si es que hay alguno? Durante muchos siglos los griegos no contaron más que siete, y ¡vive Hércules!, que, si se apretara un poco la mano, mal rayo me parta a que apenas se hallaría entre ellos la mitad de un sabio, o, mejor dicho, la cuarta parte de un sabio.

De aquí que entre las muchas alabanzas que se prodigan a Baco, sea la principal la de ahuyentar los cuidados del ánimo, aunque por poco tiempo, porque en cuanto se duerme la ``mona'', en seguida vuelven, como suele decirse, al galope, las molestias del espíritu.

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En cambio, mis beneficios son más completos y duraderos, porque, sin el más pequeño interés, abisman el alma en una embriaguez eterna de placer, de delicias, de éxtasis. Y no dejo a nadie sin participación en mis favores, mientras que los otros dioses son exclusivistas y tienen sus favoritos. Baco no hace producir a todos los países ese vino generoso y dulce que expulsa las penas y que es compañero de una fecunda esperanza; Venus no prodiga a todos los tesoros de su hermosura; Mercurio es todavía más parco en los dones de la elocuencia; las riquezas no caen más que sobre algunos privilegiados de Hércules, y el Gobierno no lo otorga a un Júpiter homérico cualquiera; con frecuencia Marte deja las batallas indecisas; son incontables los que se retiraron cabizbajos del trípode de Apolo; muchas veces Saturno hiere la tierra con el rayo; Febo, de cuando en cuando lanza sus flechas, que llevan a lo lejos la peste, y Neptuno ahoga a más navegantes de los que conduce a puerto. Y paso por alto a los Vejoves, Plutones, Axas, Furias, Fiebres y otros eiusdem furfuris, que más bien que dioses, diríase que son verdugos. Yo, la Necedad, soy la única que extiendo a todos, sin distinción alguna, mis preciosos beneficios.


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