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CAPITULO LXV
    
CONTINÚA LA MISMA MATERIA. --ELOGIOS DE SAN PABLO A LA NECEDAD. --ÍDEM DEL EVANGELIO

Necia sería, en verdad, si me propusiese enumerar semejantes tonterías, tan innumerables, que no bastarían, para contenerlas todas, los volúmenes de Crisipo y de Didimo. Unicamante quería hacer constar que, puesto que estos divinos maestros se han tomado tales libertades, yo también, que soy una teóloga de poco más o menos, tengo algún derecho a la indulgencia si todas mis citas no son rigurosamente exactas. Vuelvo, pues, a San Pablo.

``Soportad con gusto a los ignorantes'', dice en un pasaje hablando de sí mismo. Y añade: ``Aceptadme como ignorante.'' Y prosigue: ``Yo no hablo según Dios, sino como sumido en la ignorancia.'' Y de nuevo en otro lugar: ``Nosotros somos necios por Cristo.'' Ya veis cuán fervientes elogios le merece la necedad a este autor egregio. Es más: la recomienda francamente como una cosa muy necesaria y de la mayor utilidad. ``El que de vosotros -dice- se crea sabio, se vuelva necio para que sea sabio.'' Y en San Lucas se escribe que Jesús llamó necios a los dos discípulos que encontró en el camino de Emaús. Lo que todavía parecerá más asombroso es que San Pablo, aun al mismo Dios, le atribuye cierto género de necedad, al decir que ``la necedad de Dios vale más que la sabiduría de los hombres'', si bien Orígenes, interpretando este lugar, arguye que tal necedad no puede tener la menor analogía con el concepto de la necedad humana, y lo mismo dice de este otro texto: ``El misterio de la Cruz es ciertamente una necedad para los que se condenan.''

Mas ¿para qué he de cansarme vanamente en seguida alegando testimonios en apoyo de mi tesis, cuando en los sagrados Salmos leemos que Cristo, hablando con su Padre, le dice: ``Tú conoces mi ignorancia''?

No es, en verdad, extraño que Dios sintiese tanta predilección por los necios; y, a mi juicio, tuvo para ello la misma razón que la que asiste a los grandes reyes para que les sean sospechosos y aborrecibles los hombres demasiado sensatos,

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como le sucedió a Julio César con Bruto y Casio (en tanto que de aquel borrachín de Marco Antonio nada recelaba), a Nerón con Séneca y a Dionisio con Platón. En cambio, agrádanles los espíritus rudos y simples, y así, Cristo detestó y condenó constantemente a esos ``sabios'' que se ufanan de su sabiduría, como claramente lo atestigua San Pablo con estas palabras: ``Dios ha elegido lo que el mundo tiene por necio''; y con estas otras: ``A Dios le plugo45salvar al mundo por la necedad'', ya que por la sabiduría no podía ser regenerado. El mismo Dios lo declara manifiestamente cuando exclama por boca del profeta: ``Yo confundiré la sabiduría de los sabios y reprobaré la ciencia de los doctos'', y cuando da gracias porque habiendo escondido a los sabios el misterio de la salvación, lo reveló a los pequeños, es decir, a los necios, pues en griego la palabra párvulo νήπιος significa lo contrario de la palabra sabio σοφός.46

Esto nos explica cómo en el Evangelio se ataca repetidamente a los fariseos, a los escribas y a los doctores de la ley, mientras que a los indoctos se los defiende a capa y espada. Porque ¿qué otra cosa significan estas palabras: ``¡Ay de vosotros, escribas y fariseos!'', sino ``¡Ay de vosotros, sabios!''? En cambio, los rapaces, las mujeres y los pecadores eran los seres que Jesucristo acogía con mayor cariño; y hasta entre los animales prefería aquellos que se apartan más de la astucia, de la zorra. Por eso eligió un asno por cabalgadura Aquel que, de quererlo así, hubiera podido montar sobre el lomo de un león sin riesgo alguno; por eso el Espíritu Santo descendió en figura de paloma y no en la de un águila o milano; por eso en las Sagradas Escrituras se hace mención a cada paso de los ciervos, corzos y corderos, y por eso Jesús llama ovejas suyas a los que destina a la vida eterna, pues ciertamente que no hay otro animal de mayor simplicidad, como lo demuestra el que, según Aristóteles, la frase cabeza de borrego, tomada de la estupidez de esta bestia, suele dirigirse como una injuria a los imbéciles y a los cortos de luces, y, sin embargo, éstos son los que forman el rebaño del que Cristo se dice pastor; a quien también le agradaba el nombre de cordero, puesto que San Juan Bautista le anunció con las palabras: ``He aquí el Cordero de Dios'', que aparece también después en muchos lugares del Apocalipsis.

¿Qué otra cosa significa todo esto, sino que todos los hombres, aun los más santos, son necios, y que el mismo Cristo, aun siendo la sabiduría del Padre, se hizo en cierto modo necio para remediar la necedad de los hombres, cuando tomando naturaleza humana se revistió de carne mortal, de la propia suerte que se transformó en el pecado para redimir el pecado?

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Y no quiso valerse de otros medios de reducción que de la necedad de la cruz, de apóstoles torpes y rústicos a quienes recomienda cuidadosamente la necedad, que huyan de la sabiduría, presentándoles como ejemplo a los niños, a los lirios, al grano de mostaza y a los pajarillos, seres todos estúpidos que carecen de inteligencia y que viven solamente guiados por la Naturaleza, libres de artificios y de cuidados, amonestándolos, además, a que no se preocupasen de las palabras que hubiesen de responder delante de los tribunales, y vedándoles, en fin, reparar ni en los tiempos ni en las ocasiones, para que no confiasen en su propia sabiduría, sino que pusieran en El toda su esperanza.

Por el mismo motivo, Dios, gran arquitecto del Universo, prohibió que se gustase del árbol de la Ciencia, cual si ésta fuera el veneno de la felicidad, y también San Pablo la condenó abiertamente como un manantial de orgullo y maldad, siguiendo la idea que, a mi juicio, inspiró a San Bernardo, cuando a aquella montaña sobre la cual plantó sus reales Lucifer la llamó montaña de la ciencia.

Tampoco hay que omitir aquel otro argumento en pro de la necedad, a saber, que goza de los favores del Cielo, ya que éste sólo a ella concede el perdón de las faltas, que niega al sabio, y de aquí que todo el que pide perdón por una falta, aunque la haya cometido conscientemente, se sirva del manto y de la protección de la necedad. Así, Aarón, según el libro de los Números, si mal no recuerdo, implora a Moisés el perdón de su hermana en estos términos: ``Os suplico, Señor, que no nos tomes en cuenta este pecado, porque obramos neciamente''; Saúl pide también misericordia a David diciendo: ``Parece que me he conducido neciamente'', y el mismo David, a su vez, apacigua así al Señor: ``Os ruego, Señor, que no tengáis en cuenta mi iniquidad, porque he procedido como un necio'', como si no pudiera obtener el perdón sin invocar para ello la necedad y la ignorancia.

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Pero una prueba más decisiva es que cuando Cristo en la cruz pidió por sus enemigos, exclamando: ``¡Padre mío, perdónalos!'', no alegó mejor excusa que su ignorancia al añadir: ``porque no saben lo que hacen''. San Pablo escribía en el mismo sentido a Timoteo: ``Si he alcanzado la misericordia de Dios, es porque he obrado por ignorancia en mi incredulidad.'' ¿Qué significa la frase he obrado por ignorancia, sino que obró por necedad y no por maldad? ¿Y qué otra cosa quiere decir con las palabras si he alcanzado la misericordia, sino que no la hubiera obtenido sin recurrir a la protección de la necedad? El Salmista, de quien no me acordé citarlo en su sitio, confirma también mi opinión cuando dice al Señor: ``No os acordéis de los pecados de mi juventud ni de mis errores''. ¡Ved con qué dos motivos se disculpa!: la juventud, de la que soy yo, por lo general, constante compañera, y los errores, cuyo número considerable nos revela la fuerza incontrastable de la necedad.


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