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CAPITULO LXI
    
LA FORTUNA FAVORECE A LOS NECIOS

Y cómo podría suceder de otra manera, puesto que la Fortuna (esa Némesis), que siembra la felicidad entre los humanos, comparte mis sentimientos de tal modo, que siempre ha sido la enemiga implacable de los sabios, mientras que ha colmado de toda clase de beneficios a los necios, hasta en sueños? Ya conocéis a Timoteo, aquel general ateniense que recibió el sobrenombre de Dichoso y que dió origen al proverbio: ``Dormir y la red henchir.'' Conocéis también el otro: ``Nacer de pie.''37 Por el contrario, a los sabios les cuadra mejor lo que llama el pueblo ``Ha nacido con mala estrella'', o bien: ``Ha montado en el caballo de Seyo'', o este otro: ``Su oro es de Tolosa.'' Pero basta de adagios, no sea que se diga de mí que estoy expoliando la colección de mi amigo Erasmo.

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Tornando, pues, al asunto, decía que la Fortuna gusta de las personas poco sensatas, de las más atrevidas y de las devotas de aquella frase: ``La suerte está echada.'' La sabiduría, en cambio, hace a los hombres extremadamente tímidos, y por esto vemos que la generalidad de los sabios están pobres, hambrientos y consumidos, y viven en el olvido, en la oscuridad y sin gloria, en tanto que mis necios rebosan de escudos, participan en la gobernación del Estado y, en una palabra, gozan de todas las ventajas posibles.

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Porque, en verdad, si alguien hace consistir la dicha en convertirse en el favorito de los príncipes y en frecuentar el trato con estos opulentos dioses, ¿qué le será más inútil que la sabiduría? Es más: ¿qué le perjudicaría tanto en el concepto de tales gentes? Si se trata de adquirir riquezas, ¿qué ganancia puede esperar el comerciante que, consecuente con los preceptos de la sabiduría, se alarmara por un perjurio o se avergonzara de decir una mentira, o experimentase con los sabios angustias o el menor escrúpulo ante el robo y la usura? Por la misma razón, si ambicionáis las riquezas y los honores eclesiásticos, sabed que un asno o un buey los alcanzará antes que un sabio; si amáis el placer, no debéis olvidar que las mozas, que en tal comedia representan el principal papel, se entregan de todo corazón a los necios; en cambio, sienten horror hacia el sabio y huyen de él como de un escorpión. En fin, el que quiere vivir con un poco de deleite y de alegría comienza por excluir al sabio de su compañía y por preferir cualquier otro animal.

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En resumidas cuentas, que adondequiera que volváis los ojos veréis que los papas, los reyes, los jueces, los magistrados, los amigos, los enemigos, los grandes y los pequeños, todos, en fin, se desviven por el dinero, que, como es despreciado por los sabios, es lógico que se aparte de ellos constantemente.

Aunque mis alabanzas no tendrían término ni cuento, es necesario, sin embargo, que este discurso tenga un fin. Voy, pues, a concluir; pero antes quiero demostrar en pocas palabras que no faltan sesudos autores que me han celebrado en sus libros y en sus actos; de esta suerte no se dirá que soy yo sola la que me alabo neciamente, ni me acusarán los leguleyos de que no alego en mi apoyo las consabidas autoridades. A imitación suya, pues, voy a citarlas, aunque también a ejemplo suyo no tengan nada que ver con el asunto.


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