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CAPITULO VIII
    
PATRIA Y CRIANZA DE LA NECEDAD

Si ahora me preguntáis cuál es el lugar de mi nacimiento (puesto que hoy día la tierra donde un niño ha lanzado su primer vagido entra por mucho en su nobleza), sabed, pues, que no vi la luz ni en la errática isla de Delos13, ni en el mar undoso, ni en las profundas cavernas, sino en las islas Afortunadas14, en donde todo crece espontáneo y sin cultivo; en donde no se conocen ni el trabajo, ni la vejez, ni la enfermedad, ni tampoco se ven nunca el gamón ni la malva, ni la cebolla, ni el altramuz, ni el haba, ni otras plantas vulgares, pues allí, como en los jardines de Adonis15, deleitan por doquier la vista y el olfato el ajo áureo, la pance, la nepenta, la mejorana, la artemisa, el loto, la rosa, la violeta y el jacinto.

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Nacida en medio de tantas delicias, no comencé llorando mi inmortal carrera, sino que al abrir los ojos, sonreí amorosamente a mi madre; y no envidio a Júpiter la cabra que le amamantó, porque a mí me dieron el jugo de sus pechos dos graciosísimas ninfas: la Embriaguez, hija de Baco, y la Impericia, hija de Pan, a las que podéis ver entre las personas de mi séquito. Si conocer queréis los nombres de las demás, voy a decíroslos; pero ¡vive Hércules!, que no ha de ser sino en griego.


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